Muy queridas hermanas:
Con el tiempo de Adviento comienza un nuevo año litúrgico. En esta ocasión fuerte de paso de un año litúrgico a otro, la Iglesia nos invita detenernos un momento para revisar nuestra vida, los valores que vivimos y ver lo que Dios quiere y espera de nosotras para vivir su llamada con profundidad dentro de la realidad que nos rodea.
“Velad”. La llamada que escuchamos en el primer Domingo de Adviento de este año nos exhorta a la vigilancia, a la espera activa de la llegada del Señor, de luchar contra la negligencia o cualquier obstáculo que nos impide acoger su venida con todo nuestro ser. ¿Cómo podremos llevar a la práctica tal invitación? El papa San Pablo VI, en su Exhortación Apostólica Marialis Cultus nos ofrece la figura de María como modelo a prepararse, “vigilantes en la oración y… jubilosos en la alabanza”, para salir al encuentro del Salvador que viene (cf. nº 4).
La figura de María tiene una importancia extraordinaria en Adviento y Navidad porque por ella se ha hecho realidad nuestra principal razón para celebrar: lo más esperado de la humanidad, el nacimiento del Mesías, el Verbo que se hace carne en el humilde portal, y así habitar entre nosotros. Me gustaría subrayar lo que tiene de imitable, las virtudes que la hizo oyente de la palabra, virgen orante y madre fecunda: su fe, su esperanza y su caridad.
La fe. María es la mujer creyente; la mujer que confía plenamente en la Palabra de Dios. Acoge el mensaje del ángel y acepta que Dios entre en su vida. Aunque la palabra del ángel la conturbó se abre al proyecto y al plan de salvación de Dios. María es la mujer con la que está Dios y la mujer que está siempre con Dios. Vive con fe firme su paso en Belén, en la huida a Egipto, al pie de la cruz y su papel de Madre de todos… Porque es una mujer creyente, reconoce la obra de Dios en ella y en la historia. El adviento es un tiempo de gracia para purificar y fortalecer nuestra fe cada día, confiando que nuestro Dios es fiel, que no falla nunca ni se echa atrás. Con renovada fe acojamos al Dios que nos llama, que nos implica a su obra salvadora en nuestro tiempo. Tengamos fe, así podremos ver la obra de Dios en el hoy de la historia.
La esperanza. María es la mujer de la esperanza; de la esperanza en las promesas de Dios y en el Dios de las promesas. Vive una esperanza constante y activa. Colabora en el cumplimiento de las promesas de Dios, aceptando que el Verbo se encarne en sus entrañas durante los nueve meses de embarazo y lo hace con todo su ser, con su cuerpo, con su sangre, con su mente y corazón, con su trabajo y descanso. El Adviento nos ofrece una oportunidad de avivar nuestra esperanza, confiando que Dios cumple su promesa. En nuestro mundo, herido por las guerras, una esperanza renovada fortalece el espíritu a seguir buscando el camino del Señor.
El Papa Benedicto XVI, en la carta encíclica Spe Salvi, nos propone “lugares” de aprendizaje y del ejercicio de la esperanza. El lugar primero y esencial es la oración. En el diálogo íntimo y personal con Dios experimentamos la realidad y la cercanía de un Padre que escucha y nos habla. El contacto frecuente con el Señor, en la oración, reaviva y renueva nuestra esperanza porque nos acercamos con la convicción de que Dios siempre atiende nuestras súplicas y está dispuesto a ayudarnos. “Cuando ya nadie me escucha, Dios todavía me escucha. Cuando ya no puedo hablar con ninguno, ni invocar a nadie, siempre puedo hablar con Dios. Si ya no hay nadie que pueda ayudarme –cuando se trata de una necesidad o de una expectativa que supera la capacidad humana de esperar–, Él puede ayudarme.” (nº 32)
La caridad. María es la mujer del amor; del amor a Dios, dispuesta a cumplir su voluntad, del amor a los que necesitan su ayuda: asiste a su prima Isabel, ya mayor en edad y embarazada, hace lo posible para poner el vino mejor en la fiesta de los novios en las bodas de Caná, apoya con su presencia maternal a los apóstoles en el Cenáculo, rogando y esperando la venida del Espíritu Santo… y del amor a todos los hombres especialmente a los pobres y a los que más sufren. Como dice santa Teresa del Niño Jesús: “la caridad no debe quedarse encerrada en el fondo del corazón”, el tiempo de Adviento y Navidad es un tiempo propicio para dejar que salga en gestos concretos lo que guardamos en el fondo de nuestro corazón. Recordamos lo que el Papa Francisco nos advierte en su mensaje en la Jornada Mundial de los Pobres 2023 que “cuando estamos ante un pobre no podemos volver la mirada hacia otra parte, porque eso nos impedirá encontrarnos con el rostro del Señor Jesús… Cada uno de ellos es nuestro prójimo. No importa el color de la piel, la condición social, la procedencia… Estamos llamados a encontrar a cada pobre y a cada tipo de pobreza, sacudiendo de nosotros la indiferencia y la banalidad con las que escudamos un bienestar ilusorio.” (nº 3)
Que la Virgen María nos ayude para que, al acercarnos a la Navidad, no nos detengamos a lo superficial, sino que esforcemos para que crezca nuestra fe, esperanza y caridad. Así hagamos espacio en nuestros corazones a Aquel que ya ha venido y quiere volver a venir para establecer su Reino en nosotros y llenarnos con su alegría, paz y amor.
¡Feliz Adviento y Navidad!
Un abrazo fraternal y mi oración,
Sor Mª Asunción González, O.P.
Priora General