Buenos días hermanas y bienvenidas a la celebración de este acontecimiento congregacional y eclesial. Estamos aquí, convocadas por el Espíritu, en representación de todas las hermanas; todas nosotras como grupos de gobierno, somos portadoras de la vida y misión de la congregación, de sus sueños, esperanzas y preocupaciones. En vosotras acogemos a todas y cada una de las hermanas de las que, a lo largo de este tiempo estaremos en sintonía y comunión; acogemos también las realidades que os acompañan porque forman parte de vuestra experiencia de vida: pueblos, culturas, misiones diversas que no cabe duda que darán color y riqueza a este encuentro. En nombre del consejo general y de la comunidad de esta casa, bienvenidas a este encuentro.
Para llegar a esta ciudad de León, la mayoría de vosotras habéis tenido que hacer un largo viaje, dejando atrás lugares, realidades y experiencias conocidas, para abrirnos a la novedad siempre sorprendente del Espíritu. Él es el primer artífice de este encuentro; por Él estamos aquí, Él es el que nos convoca en la unidad de una misma fe, de una misma vocación, de una misión común y en la diversidad de procedencias, edades, culturas…; bajo su impulso podremos experimentar el don de la fraternidad y hacer que este encuentro, sea un tiempo de gracia, sea en verdad, un acontecimiento del Espíritu, una experiencia de comunión.
“Caminando juntas hacia la cultura del cuidado y sinodalidad”, el lema que hemos formulado para este encuentro, es en realidad lo que la Iglesia nos está pidiendo en este momento. Es una llamada a revisar nuestras estructuras y nuestras relaciones para darnos cuenta de lo que vamos a reforzar y lo que necesitamos cambiar para que nuestra vida fraterna sea verdaderamente un signo del Reino en esta sociedad. Al mismo tiempo, es un sueño de hacer realidad esta participación activa de cada hermana, conscientes de que somos una familia, y cada una tiene algo que aportar para el crecimiento de todas.
Para que la acción misteriosa del Espíritu pueda encarnarse en este encuentro, tendremos que mantenernos en actitud permanente de la apertura y libertad que nos capacite para descubrir y acoger lo que Él nos vaya sugiriendo e inspirando.
Sin duda, lo primero que se nos pide es salir de nosotras mismas, de nuestros propios intereses, miedos, deseos, ambiciones; necesitamos despojarnos de todo lo que nos impide una escucha atenta y cordial a toda realidad, ampliar nuestra mirada parcial limitada a los lugares de donde venimos, comunidades, misión, delegaciones, provincias y abrirnos al nosotras congregacional; así abriremos caminos de futuro para nuestra misión, ampliar nuestra mirada y ensanchar nuestra tienda.
Como grupo de gobiernos que caminamos juntas tratando de discernir los signos del Espíritu que nos invitan a salir de los caminos trillados, conocidos, para renovar el significado profundo de nuestra fe, es hora de ir a la raíz de nuestra espiritualidad. Es tiempo además de repensar qué estilo de relaciones son las que tejemos con nuestro Dios y con nuestras hermanas y hermanos, porque lo de siempre no sirve.
Vivamos estos días como una sola familia en profundidad cuanto aquí se va a presentar, con un sólo corazón de hermanas como nos dice nuestra Regla. Desterremos ya desde ahora todo pensamiento negativo, toda actitud defensiva o postura hermética y abrámonos a la acción de Dios que quiere seguir contando con nosotras para continuar anunciando a los pueblos Su Palabra. ¡Qué importante es soñar juntas! Solas corremos el miedo de tener espejismos, en los que ves lo que no hay; los sueños se construyen juntas, como hermanas de una misma congregación.
Pidamos a Dios que disponga nuestro corazón para cumplir exclusivamente su voluntad y para que estos días nos ayuden a sentirnos más familia entre nosotras y con la humanidad con la que nos comprometemos en su crecimiento.
Que María sea nuestra compañera en este camino; a Ella le pido que nos ayude a hacer vida las palabras que pronunció en Caná: “Haced lo que Él os diga”.
