El Instituto en su interés por responder en fidelidad al carisma originario, ha querido volver a las fuentes rescatando el carisma misionero, realzando nuevamente este aspecto, reflejándolo en las constituciones
Seguimos a Jesús, según el modo ideado por Domingo de Guzmán: entregando la vida como consagradas, escuchando y acogiendo la Palabra que queremos anunciar, viviendo en comunidad multicultural desenado anunciar el Evangelio hasta los confines del mundo, estando disponibles para ser enviadas y “poner nuestra tienda” en cualquier lugar del mundo
Ser miembro de nuestro Instituto implica tener un fuerte “sentido de pertenencia”, siendo conscientes de que ser misionera es querer transmitir a Jesucristo allí donde estemos. Y tener siempre una disponibilidad total a ser enviadas…
Hoy como ayer, el mandato de Jesús sigue vigente: “Id y predicad hasta los confines de la tierra”. Hoy, como ayer, eso implica salir del país, de la casa, de la cultura, incluso de uno mismo, hacia una tierra desconocida, sólo confiando en el Señor. Hoy, como ayer, esto retrae y asusta…
¡Ser Misionera de Santo Domingo, una vida que merece la pena! ¡Estamos llamadas a testimoniar la alegría que proviene de la certeza de sentirnos amadas! Optar por la proclamación del Reino. Hoy, como ayer, no faltan en el Instituto hermanas dispuestas a la itinerancia, a darse generosamente fuera de su patria y su cultura en favor de los más necesitados. No faltan hermanas en las que late un gran deseo: ¡ENVÍAME!
Nos mueve el ser signos humildes y sencillos de una estrella que aún titila en medio de la noche de los pueblos y nos recuerda que estamos llamadas a dejar tras nosotras un destello de luz, de fuego. Pero para ello debemos revitalizarnos, cargarnos de energía por medio del encuentro con la Buena Noticia del Reino en cualquier rincón del mundo! ¡Ser luz en la oscuridad!