LA FORMACIÓN PARA LA VIDA CONSAGRADA EN UN CAMBIO DE ÉPOCA

 

Muchas veces se ha dicho y muchas otras lo hemos repetido: de la formación que recibimos y de la formación que damos depende el presente y el futuro de nuestra vida y misión. En efecto, la formación es la llave que nos abre la puerta para una vida y una misión significativas. Sin una formación adecuada a las exigencias de hoy, el riesgo de repetirnos, de pararnos y de perder el sentido de lo que somos y hacemos es más que una simple hipótesis de trabajo.

La formación se realiza sobre todo en la vida de cada día, en las situaciones que vive la persona y la propia comunidad, asumiendo las cosas de siempre, también la alegría, el cansancio y el dolor, los éxitos y los fracasos, como lugares privilegiados VC, 65; VC, 68; VC, 65; VC, 109.

mariquitaEn la formación no se pueden despreciar las mediaciones más ordinarias en las que el Señor puede hacerse presente. Formarse y formar es asumir la vida como formación en sí misma, de tal modo que “toda actitud y todo comportamiento manifiesten la plena y gozosa pertenencia a Dios, tanto en los momentos importantes como en la circunstancias ordinarias de la vida cotidiana”.

En el proceso de formación permanente de lo que se trata es de alimentar la vida entera, no sólo una dimensión, por importante que sea. En la formación se han de cuidar las dimensiones humana, cristiana y carismática a la vez, y se ha de trabajar para que “toque” los cuatro centros vitales de la persona: la mente (son importantes los conceptos), el corazón (se trata de asimilar y de personalizar los conceptos y para ello son fundamentales los sentimientos), las manos (la formación ha de ser práctica), y los pies (la formación parte de la vida y desemboca en la vida, pues vive en clave de misión).

La formación permanente debe despertar en las hermanas una mentalidad abierta y positiva para renovarse y especializarse continuamente. La primera responsable de su propia formación es la misma persontecladobanderasa que ha recibido la llamada de Dios Estamos invitadas continuamente a dar una respuesta nueva, atenta y responsable, de ahí que el estudio es para nosotras una obligación moral y de él depende en buena parte la calidad de la evangelización. La formación y el estudio son un deber para toda la vida.

La formación permanente es un compromiso personal y una responsabilidad comunitaria en la que todas hemos de participar (cf. PGF).