LA VOZ DE DOS LEONESAS MISIONERAS DE SANTO DOMINGO EN CONFINAMIENTO
(publicado en el Diario de Leòn el 20/04/20)
De Europa hasta Asia o América, son muchos los misioneros leoneses que se encuentran en el corazón de la pandemia y desde allí relatan los desvelos de la gente más vulnerable que les rodea en un momento de «miedo global»
Delfina, nacida en Villacalabuey, vive en la periferia de Roma en una residencia de mayores. Da clases y se ha tenido que poner al día con la tecnología.
Esta vez no ha habido que recurrir a los países más pobres o remotos del mundo para conocer los zarpazos de esta súbita crisis sanitaria. El «miedo global» se vive en suntuosas ciudades como Roma —en Italia ya han muerto más personas que en China, donde se originó el coronavirus— y en opulentos rincones de Asia. Antes, las epidemias se quedaban al otro lado de la frontera, pero ahora están aquí, con todos. Aunque sigan existiendo virus de ricos y virus de pobres. Quienes mejor lo saben son los 350 misioneros y misioneras leoneses que hay repartidos por todo el mundo y cuya voz se hace imprescindible para entender el alcance —también espiritual— de este fenómeno entre los más vulnerables. «Creo en los milagros y estoy segura de que esto se irá y nos traerá valores humanos que habíamos dejado en el baúl del olvido», predice la paramesa Domitila Fuertes Ramos desde la isla japonesa de Honsyu, cerca de Nagoya. Seis enviados de la Iglesia católica por todo el Planeta describen la vida desde el corazón de la enfermedad.
«No todos somos iguales ante esto. Y nada volverá a ser como antes»
Originaria de Villacalabuey, Delfi Moral Carvajal (50 años) vive en la periferia de Roma desde hace 12 años. Es religiosa misionera de Santo Domingo. Enseña Derecho Canónico en la Universidad Pontifica de Santo Tomás de Aquino (Angelicum), por lo que se ha metido de lleno en las nuevas tecnologías para seguir impartiendo clases. Precisamente, el decreto que ordenó el cierre de universidades fue el detonante del miedo que se desató en el país vecino. Vive en lo que llaman una casa di riposo (residencia de ancianas) y esto les está afectando mucho más. «Creo que no tengo derecho a hablar de sacrificio por tener que renunciar a cosas secundarias cuando gozo de una terraza y un jardín en el que poder caminar; frente a mi casa hay casas populares, un viejo hotel en el que viven confinadas familias enteras en una sola habitación, ellos sí tendrían un motivo para lamentarse». Así de crudo. «¿Si hay miedo? Claro que lo hay, creo que es perfectamente normal y humano sentir miedo ante esta amenaza que nos sobrepasa». Es muy crítica con la reacción que está viendo en el mundo. «Por desgracia creo que cada uno está mirando por sus propios intereses, primando los intereses económicos y políticos a los de los ciudadanos». Cuando el virus se identificó en Wuhan «aumentó el racismo y los chinos aquí en Roma tenían miedo de salir a la calle», subraya. «Italia fue uno de los primeros países que canceló todos los vuelos a China; un egocentrismo atroz», asevera. Frente a ellos, sus hermanas en China y los cristianos de sus parroquias como ellas dicen se han unido para poder enviar 2.000 mascarillas porque han visto que la situación en Italia es preocupante. «Ellos lo han sufrido y se hacen solidarios». Y recuerda las recientes palabras de una hermana: «En Myanmar (Taiwan), si la gente no muere del virus morirá de hambre. La gente rica extranjera que está en el país ha vaciado todos los supermercados. Los pobres solo pueden comprar para cada día y ahora ya no tienen nada que comprar. No todos somos iguales ante esta pandemia. Y nada volverá a ser como antes», augura.
DOMITILA FUERTES
«Se quejan de que el Gobierno ha visto muy tarde el peligro del virus»
De la misma congregación que las Dominicas de Suero de Quiñones y originaria de Mansilla del Páramo, Domitila Fuertes Ramos tiene 60 años y lleva trabajando en Japón como misionera 30, ahora en la provincia de Aichi, en Okazaki. Allí tienen un colegio femenino de Enseñanza Media Superior. En un relato documentado que parece ciencia ficción y que lamentablemente hay que resumir, la misionera cuenta cómo un crucero que ancló en las costas de Yokohama fue el lugar de inicio del virus, puesto que varias personas ya infectadas viajaron al extranjero, sobre todo a China, Corea… «Y así fue». Después llegó el confinamiento días antes que en España —primera semana de marzo— y posteriormente un segundo. Y ahí empezó el miedo auténtico. «No estamos tan encerrados como en España pero sí que han ido prohibiendo reuniones en público de más de 20 personas y están mandando cerrar bares, restaurantes y lugares de ocio.
La paramesa Domitila Fuertes, en la isla de Honsyu (Nagoya).
La televisión, desde hace dos días, lo ha tomado en serio y da programas muy detallados de la gravedad del caso». Al igual en España, los japoneses se quejan de que «el Gobierno se ha movido demasiado tarde, que no se ha percatado del peligro del contagio y del virus». «Ahora estamos en la situación de aumento de contagios y muertes y ya se han puesto en plan de ir cerrando fábricas y trabajos, también porque al estar paralizado medio mundo no hay pedidos ni llegan los materiales necesarios para poder acceder a los trabajos», cuenta. «Yo confío y creo en los milagros, y estoy segura de que esto se acabará y nos traerá una nueva primavera donde vuelvan a reinar los valores humanos y religiosos que habíamos dejado un poco en el baúl del olvido».