Comenzamos un nuevo Ano Litúrgico, y con él, un nuevo Adviento: un tiempo de gracia y esperanza, un tiempo para estar vigilantes, para descubrir la presencia de Dios y su fuerza salvadora.
Para los creyentes, el Adviento siempre ha sido y es también ahora un don precioso para preparase a la celebración de la Navidad. Desde tiempos antiguos la Iglesia ha sentido esa necesidad de orientar mirada hacia el Señor glorioso, presencia de Dios en el mundo y también El que un día vendrá a nuestro encuentro al final de los tiempos.
¡Ven, Señor Jesús! Es el grito por excelencia de la Iglesia en el Adviento. Pero en realidad, es el grito de la humanidad y el de cada persona, desde la cola del paro o de la cola del hambre en busca del alimento necesario, y desde la cama del enfermo…
El Evangelio de este primer Domingo de Adviento, nos invita a estar vigilantes, en espera de la última venida de Cristo: “velad, pues no sabréis cuando vendrá el dueño de la casa (Mc 13,35.37). Es tiempo de estar atentos a tantas injusticias y desigualdades; atentos a los que más sufren las consecuencias de la pandemia; atentos a tantas gentes en el paro y sin recursos económicos para mantener sus familias, atentos a lo que nos está diciendo el Espíritu en los signos de los tiempos, atentos para descubrir el rostro de Cristo en quien lo necesita…
Creo que solo se puede celebrar el Adviento desde una profunda solidaridad con los anhelos mas grandes de la humanidad, desde las esperanzas concretas de la gente, de la de cerca y de la de lejos, esperanzas de carne y hueso, con nombres y apellidos. Esta humanidad es la que Dios quiere y la que nosotros debemos preparar. Una oración posible para este tiempo puede ser preguntarnos qué espera la gente, cuáles son sus esperanzas reales, para ponerlas delante del Señor y decirle “¡Ven, Señor Jesús! Sobre esta realidad concreta, sobre esta persona concreta.
El Papa Francisco en su encíclica “Fratelli Tutti” nos invita a construir una nueva humanidad más fraterna, en la que todos tengan el techo y pan necesario para vivir, en la que no exista la discriminación por motivo de raza, condición social, pobreza. Todos somos hijos e hijas de Dios, El nos ama con amor y quiere para cada uno un presente y un futuro lleno de vida. Cuidar la tierra que nos da el alimento y cuidarnos unos de otros, de manera especial de los más necesitados.
Hermanas, recorramos este camino de Adviento, de la mano de María nuestra Madre, que Ella nos ensene a creer, esperar y amar en Él a toda la humanidad.
A todas os deseo un feliz y santo Adviento.
Un fraternal abrazo y mi oración,
Sor Mª Asunción González, O.P.
Priora General