La conversión de la que habla Jesús no es algo forzado. Es un cambio que va creciendo en nosotras a medida que vamos cayendo en la cuenta de que Dios es alguien que quiere hacer nuestra vida más humana y feliz. Por eso la conversión no es algo triste, sino el descubrimiento de la verdadera alegría. No es dejar de vivir, sino sentirnos más vivos que nunca. Descubrir hacia donde hemos de vivir.